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Salud mental, la pandemia que no vemos

Debemos hablar de salud mental. Aunque en la actualidad, es un tema que aparece con recurrencia en el panorama social, político y sanitario, todavía es necesario seguir visibilizándolo, estudiándolo y mejorando nuestra comprensión sobre él.

Padecer algún tipo de problema relacionado con la salud mental no es nuevo, pero el estilo de vida actual y el haber vivido una pandemia y todo lo que esta conlleva, ha puesto de manifiesto la alta incidencia que hay en nuestra sociedad de trastornos relacionados con el bienestar psicológico.

Cuestiones como la depresión o la ansiedad han aumentado en un 28 y un 26%, según la Confederación de Salud Mental de España, y la población infantil y juvenil también ha notado un incremento notable de los trastornos relacionados con la salud mental.

Un contexto como este nos obliga a darle “una vuelta de tuerca” al abordaje de la salud mental. Por eso, queremos empezar por la denominación. En vez de salud mental, ¿por qué no hablar mejor de salud cerebral?

Salud mental vs salud cerebral

Cuando hablamos de salud mental, incluímos en ese término nuestro bienestar emocional, psicológico y social. Afecta a la forma en la que pensamos, sentimos y actuamos a la hora de enfrentar la vida y también determina cómo manejamos el estrés, nos relacionamos con los demás o tomamos decisiones.

Pero esta definición se queda corta a ojos de la médico internista y experta en microbiota, autora de los libros “Es la microbiota, idiota” y “El sistema inmunitario sale del armario”, la Dra. Sari Arponen. Es ella quien propone hablar de salud cerebral, un concepto “con el que englobamos una realidad biopsicosocial más amplia, que implica la salud mitocondrial, neuronal, de la glía, de la memoria, la inteligencia y el habla; de los movimientos y, por supuesto, de las emociones, las relaciones…”.

Los ocho pilares de la salud cerebral

Por eso, desde Nutribiótica configuramos los ocho pilares sobre los que se sustenta una correcta salud cerebral, para abordarla de manera integral: ritmos circadianos, tóxicos ambientales, estrés crónico, ejercicio físico, alimentación, contacto con la naturaleza, socialización y sobremedicación.

Para conmemorar el Mes de la Microbiota, en el que centramos todo el contenido en salud mental, lanzamos un juego interactivo, a través de varias preguntas, en las que enfrentamos a las personas participantes a un día común en nuestra sociedad moderna occidental. Participaron más de 700 personas y algunas de las conclusiones que arrojan los resultados son, cuánto menos, interesantes.

Cena menos, duerme mejor

Empezar el día con sueño es de lo más común para muchos españoles. Suena el despertador y apenas sentimos sensación de reparación. Lo normal es que durante el fin de semana tampoco hayamos podido recargar pilas… Nuestra manera de vivir ha provocado que los ritmos circadianos que caracterizan nuestra naturaleza estallen por los aires.

Su alteración tiene un impacto negativo en la composición y actividad de la microbiota y viceversa. La disbiosis intestinal puede afectar a la calidad del sueño, ya que nuestros microbios intestinales modulan la producción de ciertos neurotransmisores, como la melatonina, la hormona por excelencia que regula el sueño y la vigilia.

Ante las propuestas que se le ofrecían a los participantes en el cuestionario para mejorar sus ritmos circadianos, un 72% optó por la opción de cambiar su cena, ya que notaban cómo cenar demasiado pesado o demasiada cantidad afectaba a la conciliación del sueño. Y no van mal encaminados.

Nuestra alimentación es fundamental a la hora de realizar las digestiones correctas, pero aún así de nada vale llevar una dieta regular y saludable a la hora de cenar el domingo si hemos pasado un fin de semana de desenfreno o si nuestros horarios no tienen ni ton ni son. Pero, sí, cenar ligero y con alimentos antiinflamatorios es una buena decisión para mejorar la calidad de nuestro sueño y ayudar a la regulación de los ritmos circadianos.

Cada vez más concienciados con la contaminación ambiental

Coger el coche en pleno atasco todos los días es otro hábito que tienen muchas personas que necesitan trasladarse con este medio a su puesto de trabajo. La contaminación atmosférica, así como el resto de tóxicos ambientales que nos rodean, también impactan en el equilibrio de nuestra microbiota.

Afortunadamente, la apuesta por una movilidad más sostenible es algo que está en la lista de las personas encuestadas. Ante la posibilidad de cambio en sus desplazamientos, un 56% asegura que usa su coche lo justo y que, además, trata de reducir el uso de plásticos innecesarios, con lo que se muestran concienciados con respecto al cuidado del medio ambiente y de nuestro hogar, cuya salud también es un reflejo de la nuestra.

El estrés, el gran enemigo silencioso de la salud mental

Gestionar el estrés cronificado que caracteriza a nuestra sociedad es la gran asignatura pendiente de la Medicina de prevención y uno de los factores que más impacta en nuestra salud mental.

Hay que entender que nuestro organismo tiene mecanismos para recuperar el equilibrio tras situaciones de estrés puntual. Sin embargo, cuando esta situación se cronifica, el sistema inmunitario tiene que estar en constante alerta, por lo que se genera un estado de inflamación que no se resuelve y, en consecuencia, se desequilibra la microbiota.

Un 30% de las personas que respondieron a la encuesta afirman que de un tiempo a esta parte están más estresados y que eso les está afectando negativamente en su salud. La parte positiva es que un 39% asegura que cuando empezó a notar esta situación, decidieron pedir ayuda psicológica para aprender a gestionarlo. Pedir ayuda cuando lo necesitamos es la decisión acertada y no sólo lo agradecerá nuestra salud mental, sino también la intestinal.

Dime qué comes y te diré cómo te encuentras

Como ya sabemos, la alimentación es uno de los factores que más impacta en el equilibrio de nuestra microbiota. Si nuestra dieta es intermitente, variada y rica, centrada en alimentos prebióticos y antiinflamatorios, conseguiremos una composición microbiana intestinal más equilibrada y variada.

En los últimos tiempos, afortunadamente, se ha notado un repunte en la concienciación de las personas en torno a qué comen y se han popularizado mensajes que nos llaman a no consumir ultraprocesados y a basar nuestra alimentación en comida real. Así se reflejó también en los resultados de la encuesta, donde el 72% afirmó que el consumo de alimentos industriales y ricos en azúcares (como por ejemplo, un cruasán), era algo muy esporádico y que en general cuidan su dieta.

Leyendo las estadísticas del quiz, también resulta interesante ver cómo un 20% de los más de 700 encuestados asocia una peor alimentación a situaciones de estrés y de preocupación, con lo que, de nuevo, vemos cómo interactúa nuestro intestino, con la microbiota y el bienestar o equilibrio psicológico y emocional.

El ejercicio físico, una lección de constancia

Llegamos agotados a casa después de un día de trabajo, tenemos un montón de tareas domésticas pendientes… ¿Y si nos saltamos el gimnasio? Seguro que te sientes identificad@ con esta situación. ¿Cuántas veces dejamos a un lado nuestro autocuidado para sacar adelante otras cosas? Mal hecho.

El ejercicio físico, más allá de ser bueno para nuestro organismo a nivel de peso, mejora el estado de salud intestinal y de la microbiota, ya que aumenta la diversidad de microorganismos que conviven con nosotros. Además, disminuye las bacterias perjudiciales y aumenta otras, como la Akkermansia, que son fundamentales para un correcto equilibrio intestinal o las bifidobacterias.

Además, el ejercicio físico tiene efectos directos en nuestra salud mental cuando lo practicamos, una evidencia a la luz de los resultados del cuestionario, ya que un 51% de las personas encuestadas afirman vencer a la pereza y no saltarse los entrenamientos, porque saben que después su sensación de bienestar aumenta. Sin embargo, un 25% aún asegura que la culpabilidad de no ir y el hecho de no reservar esa hora para cuidar su propia salud física acaba por afectar a su salud mental.

¿Y qué pasa con nuestra parte más social?

Somos seres sociales y las relaciones que tejemos a nuestro alrededor son una parte esencial de nuestro sustento emocional, pero también de nuestra salud global. De hecho, son muchos los estudios que intentan dilucidar cómo la soledad puede afectar al empeoramiento de la salud de las personas que la sufren.

Venimos de una época compleja de pandemia, después de varios años con restricciones casi totales de nuestras interacciones sociales, pero ahora que no hay nada que lo impida, podemos usar la perspectiva del tiempo para valorar lo importantes que son las personas que queremos para nuestro bienestar emocional.

En el quiz, un 31% de los encuestados afirmó que su grupo de amigos ha sido consciente del distanciamiento que ha interpuesto entre ellos no solo la pandemia, sino nuestro estilo de vida moderno, el estrés y la sobrecarga laboral. Gracias a hablarlo en grupo, decidieron cuidar más el tiempo que dedicaban a verse y se han reforzado los lazos. Un 28%, por su parte, asegura haber ido perdiendo paulatinamente relaciones sociales que antes les importaban mucho. 

Este alejamiento de las personas que queremos o las situaciones de soledad a las que nos referíamos antes, además de impactar a nivel psicológico, pueden llegar a afectar a la microbiota. Los intercambios de microorganismos con nuestros congéneres humanos (¡y también con las mascotas!) nos dota de una microbiota más diversa y saludable. 

La naturaleza es esencial y la estamos dejando de lado

A lo largo de las últimas décadas de progreso, hemos construido ciudades funcionales, adaptadas a nuestro estilo de vida actual pero totalmente alejadas de nuestra naturaleza. Nos hemos metido en “cajas” de las que apenas salimos: pisos pequeños en los que no entra apenas luz, coches, oficinas, espacios de restauración cerrados, discotecas, tiendas, centros comerciales… ¿Dónde está la naturaleza en nuestro día a día?

De nuevo, el confinamiento nos hizo reflexionar mucho y eso generó una tendencia de vuelta al campo y al contacto con los espacios verdes, a través del deporte o el esparcimiento. De hecho, el 67% de los encuestados aseguran ser conscientes de que estar junto a entornos naturales les hace sentirse más sanos, por lo que llevan tiempo valorando mudarse a un espacio más rural, donde tener un contacto con la naturaleza más continuo.

No son los únicos que notan esta mejoría de su salud, también lo hacen sus bacterias. En la naturaleza, como en los bosques, por ejemplo, hay muchos microorganismos beneficiosos, incluidos los fagos, que son virus que ayudan a regular la población de nuestras bacterias intestinales. Además, ir al bosque o vivir cerca de un entorno natural nos ayuda a tolerar mejor el estrés crónico y las fitoncidas que respiramos en el ambiente (sustancias fabricadas por las plantas) ayudan a disminuir la cantidad de bacterias perjudiciales que hay en nuestra microbiota.

Hacer un uso responsable de la medicación, un reto para pacientes y para el propio sistema

Uno de los grandes temores de nuestra microbiota es el uso indiscriminado de medicación, que provoca lesiones y desequilibrios importantes en la composición de nuestra comunidad microbiana intestinal. Pero no solo se preocupa de ello nuestra microbiota, también lo hacen las sociedades científicas y los Gobiernos, que cada vez más impulsan campañas para fomentar un uso racional de los fármacos, evitando la automedicación o la mala praxis en su prescripción.

De hecho, con respecto al abordaje de la salud mental la Medicina tiene una asignatura pendiente, ya que a día de hoy el protocolo habitual se sigue centrando en una estrategia exclusivamente farmacocentrista, que suele no tener buenos resultados en los pacientes y sí muchos efectos secundarios.

¿Qué podemos hacer? Valorar un abordaje 360, teniendo en cuenta a la microbiota, el estilo de vida y los 8 pilares de los que hemos hablado a lo largo de este artículo es un paso esencial para que poco a poco vayamos encontrando vías de solución a este problema de primer orden que afecta a nuestra sociedad. Toca darle una vuelta de tuerca y ver más allá de la salud mental, centrándonos en la salud cerebral y todo lo que esta conlleva.

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